sábado, 25 de octubre de 2014

Dans le Noir? - Paris

Si hay algo que merece un lugar destacado es la acertada idea de visitar un restaurant diferente. La reserva la hicimos un martes para las 19.45 del viernes siguiente y a esa hora nos presentamos en Dans le noir?,  con todas las expectativas para sentirnos parte de lo que ellos mismos señalan como “una experiencia humana y sensorial única”. Y como tantas otras experiencias, ésta resulta difícil de transferir.

En principio se desconoce el menú que habrán de servir; los camareros (hombre y mujeres) son ciegos y para que no haya diferencias, toda la cena transcurre en la más absoluta oscuridad.

Ghada fue nuestra anfitriona, a quien tuvimos que asirnos y seguir a través de lo que supusimos eran laberintos de pesadas cortinas negras hasta llegar a lo que nos habían anunciado como una mesa grande que compartiríamos con otras personas. Entrada, plato principal y postre. Para beber: agua. 
Primero reconocer el espacio propio, los límites del plato, el vaso, la cercanía con las demás personas, etc. Nos instruyeron: “para servirse bebida, tome con una mano el vaso, coloque el dedo índice dentro, sirva con la otra mano y deténgase cuando el dedo empiece a mojarse”.

Las voces e inclusive los idiomas ajenos, ya que nadie más aparte de nosotros hablaba español, generaban un entorno que obligaba a concentrarse en el contenido de los platos, a encontrar lo que allí había y a tratar de identificar cada bocado; todo es sensorial excepto para la vista a quien le está vedado el más minúsculo punto de luz. Por más esfuerzo que quiera hacerse, no se ve nada. Las manos se animan a tocar la comida, nada quiere perderse y aún queda el recurso de chuparse los dedos.  

Durante la cena nos embargaron diferentes sensaciones; algunas graciosas por lo atípico de los procedimientos aplicados para salir lo más airosos posible y otras más reflexivas relacionadas con la ceguera como obstáculo.   La salida debe hacerse con el mismo cuidado de la entrada y con la precaución de ir mirando hacia el piso para acostumbrarse de nuevo a la luz.

Si bien el gusto y el olfato nos permitieron hacer un reconocimiento, las dudas se acabaron cuando al salir nos preguntaron qué creíamos haber comido y luego nos informaron en que consistió el menú.


En el resto de la noche sólo hubo lugar para la admiración y la complacencia causada por esa experiencia.




miércoles, 15 de octubre de 2014

Roma

Llegamos a Roma y nos abrazó un aire caluroso y húmedo que nos acompañaría cada uno de los cuatro días que nos tuvo como huéspedes.

Por fin la Bella Roma ¡la puerta de Italia!; un país que conocí a fuerza de escuchar repetidas historias de inmigrantes llegados a Argentina después de la guerra. Siempre me resultó familiar ese acento atravesado, esa mezcla de idiomas y dialectos y ese optimismo desbordante con que encararon cada empresa.

Todo en esta Capital es historia y arte; todo se rescata, se recupera, se conserva y en lo posible se mejora. No vimos una sola obra en construcción. Los andamios y las grandes coberturas indican que se están haciendo arreglos, revalorizando cada muro, cada columna, reforzándolos para que sigan resistiendo. Esculturas, estatuas, monumentos, restos de mampostería, todo se recupera y se exhibe haciendo un culto de cada pieza.



Apreciar el Colisseo en toda su dimensión no es tan sencillo, aunque una parte de su entorno está despejada con un gran espacio verde donde también está el Arco de Tito; hasta allí llegamos desde la Piazza del Campidoglio por la Vía Imperiale que atraviesa el Foro. El día anterior también lo abordamos desde un viaducto al que llegamos desde Vía Cavour.

Quería verlo de todos lados, abrazarlo si fuera posible, tocarlo después de verlo en cientos de imágenes, creo, desde la escuela primaria cuando nada me hacía pensar que en algún momento tendría esta oportunidad que me dio una de las imágenes más fuertes de Roma.



Nuestros paseos alternaban con las comidas principales, algunos cafés macciato (cortados para suavizarlos un poco) con algo sólido para mantener el estado físico y el aterrizaje nocturno en un hotel pequeño, con apenas doce habitaciones que ocupa el segundo piso de un edificio en el que convive con otros dos hoteles.



Otra imagen impactante es la Fontana di Trevi, sólo que la hacía con un entorno más despejado. Está encerrada por construcciones y la multitud es permanente, así que como uno más, buscamos nuestro lugar para fotografiarla, tocarla, sentarnos en ella y por supuesto, cumplir con el clásico rito de tirar una moneda que asegura volver a Roma.



Era impostergable visitar San Pietro in Vincoli (en cadenas o encadenado), una iglesia de líneas sencillas que se construyó precisamente para depositar las cadenas con que ataron a San Pedro, aunque la razón del interés tenía más que ver con que alberga una de las obras más difundidas de Miguel Angel, el Moisés.  


  
La Piazza di Spagna también impresiona, si bien la Fontana della Barcaccia no es muy grande, está en la base de una monumental escalera que conduce a la Iglesia de la Trinitá dei Monti y que en ciertos momentos se dificulta subir o bajar por la gran cantidad de gente que la ocupa sentándose a comer, conversar, o solamente a tomar sol.



Hemos recorrido muchos otros lugares cargados de historia como la Piazza del Popolo, los Jardines del Pincio, todos igualmente imponentes.

La ancha Vía Venetto es bellísima, en su extensión pudimos ver la Fontana delle Api, la Iglesia de Santa María della Concezione, los cafés y las tiendas con precios inaccesibles para nosotros, que de ninguna manera impidieron que disfrutáramos de la vista.



Observaba que los italianos tienen bien ganada la fama de vestir con elegancia y estilo, y me pareció que lo hace principalmente el hombre y en menor medida la mujer. La buena ropa y el calzado no se ve sólo en las vidrieras sino en la gente que habla casi a gritos, que exageran ademanes y que usan buenos perfumes.

Nuestro último día en Roma estuvo reservado para visitar San Giovanni in Laterano, que al igual que la Iglesia Santa María Maggiore en la que estuvimos el primer día, pertenece a la Santa Sede. Ambas son enormes y abundan las pinturas, los frescos, las imágenes trabajadas en detalle, las columnas inabarcables, los pisos con figuras geométricas y un ambiente en el que se impone el interés turístico por encima de la liturgia. De hecho, en ningún templo permiten las visitas mientras se celebra un oficio religioso.



Por último, el Vaticano con la Piazza y la Basílica de San Pedro, ese lugar tan controvertido donde se concentra el poder de la iglesia católica, que recibe tantos elogios por su exuberancia y exagerada pomposidad, como críticas por iguales razones. Lo cierto es que a mi me cautivó, enmudeció, asombró y emocionó. Me había propuesto no hacer juicios relacionados con la fe y las vocaciones para poder disfrutar mejor de semejante obra.

Es imposible recorrer todo el complejo en un día incluyendo los museos vaticanos, así que nos concentramos puntualmente en la Basílica, aunque también quedarían muchas cosas sin ver.

Allí todo es arte, los techos, los pisos, cientos de esculturas y obras de Bernini como el imponente baldaquino, debajo del cual sólo puede celebrar misas el Papa. La Piedad, de Miguel Ángel expuesta para ver a varios metros de distancia y protegida por un vidrio, exige buscar la mejor ubicación posible entre tanta gente y renegar para que por lo menos una foto salga con cierta nitidez.

Subimos doscientos escalones para llegar hasta la cúpula interior pudiendo apreciarla desde muy cerca a través de un tejido metálico y desde allí la parte del altar mayor y el baldaquino.

Otros trescientos escalones más nos llevarían a la parte exterior, desde donde vimos toda Roma gracias al día despejado y soleado. El cansancio de subir tantos escalones, pequeños y en posición incómoda por la misma curvatura de la cúpula, le agregó emoción a un día imborrable de nuestra memoria.





sábado, 4 de octubre de 2014

Paris I

Al fin París !!... Recién en ese momento me di cuenta de cuánto hambre tenía de estar allí. Pisaba por primera vez la ciudad que inspirara a tantos genios, que exiliara momentáneamente a tantos compatriotas, en la que dejaron por elección sus restos otros tantos, pero mucho más cerca en el tiempo, París es un lugar en el mundo de ella, así me respondió hace unos años cuando le pregunté y así lo puedo comprobar ahora. Se maneja con absoluta seguridad; la conoce tanto como a Córdoba aunque creo que la ama un poco más y por esa razón no le encuentra defectos o se los perdona y la acepta tal cual es, como cuando se ama algo verdaderamente.


Enumerar lugares no agrega valor, además sería injusto porque por traición de la memoria me olvidaría de algunos, y otros quedarían relegados como si carecieran de prioridad.
Cada rincón tiene historia y aunque no la conozca me inspira la devoción que transmite a través del cuidadoso esmero con que se mantiene el lugar, todo se restaura, hay obras de mantenimiento en monumentos, edificios, calles, etc.; pero hasta esos trabajos son hechos de manera cuidada para que no alteren la circulación y pasen lo más desapercibidos posible.


París tiene estilo y se advierte a cada paso, en cada lugar y en el andar y en los gestos de cada parisino que se distinguen entre una multitud cosmopolita.



La ciudad tiene una infraestructura extraordinaria. El tránsito es ordenado y los medios de movilidad particulares (autos, muchas motos y en menor cantidad bicicletas), son eso: medios, no fines; de hecho ante la falta de garajes los vehículos ocupan las calles todo el tiempo. Muy buena señalización de las calles, los parques, metros, etc. No hay tendidos de cables aéreos y eso descontamina el paisaje.


El cuidado de los espacios verdes, hasta el más pequeño, se mantiene con extremo esmero. Creo que se revalorizan mucho esos lugares ya que las veredas carecen de árboles, tampoco perros, salvo los que pasean sus dueños.


Los espacios son reducidos y sin embargo siempre hay lugar para alguien más. Las mesas en los cafés se suceden casi sin cortes e invaden parte de las veredas, algún cerramiento y la calefacción completan el mejor clima para disfrutar un momento que por suerte pudimos repetir todos los días.


Los sentidos se movilizan solos: la vista a veces no alcanza para incorporar tanto, el oído no se sobresalta, reposa; el olfato no duerme entre una exótica mezcla de olores que a veces logro distinguir: flores, panes, especias, tabaco, y más.… El gusto vive de fiesta sintiéndole a cada cosa su sabor: el chocolate (por todos lados) es chocolate, las frutas parecen recién cosechadas y toda la panificación y las tradicionales baguettes nos estaban esperando a la vuelta de la esquina.


La calidez de la madera antigua, la irregularidad de los adoquinados, la rugosidad de los muros, la rigidez de los hierros, hacen que el tacto esté atento todo el tiempo y disfrute acariciando con manos y pies cada superficie.

Los grandes monumentos y edificios quedan para las fotos, que de hecho tomamos muchas y hay para elegir y armar una buena compilación.


Me quedo con todo aquello que no pude traer en la valija, salvo en la del espíritu y que trataré de hacer durar lo más que pueda, no se, por ahí hasta un próximo viaje…