Amanece
en la campiña Francesa, el día se
anuncia fresco pero agradable, los campos sembrados, junto a los colores otoñales, me invaden por completo trasmitiéndome una
inmensa tranquilidad, las pequeñas poblaciones que interrumpen de tanto en
tanto el paisaje, se asemejan a la fantasía que encierran los cuentos
infantiles. La escarcha de los campos al ser atravesadas por los rayos solares,
se defiende formando grandes bancos de
niebla y creando una imagen similar a la de un avión atravesando las nubes. Finalmente el tren nos dejo en la estación de
Colmar.
Es dificil traducir en palabras el encanto que se percibe en este cálido y pintoresco pueblito, su cercanía con la frontera Alemana deja en él una marcada
impronta que lo caracteriza, la
conjunción de estos dos países, personaliza
a este pueblo, haciendo emerger de el un especial atractivo.
Como salido de los cuentos,
Colmar ofrece un sinfín de colores en las fachadas de sus construcciones y las
flores que bordean los canales. Prolijo y ordenado nos permitió disfrutar además
de su belleza de los mejores capuccinos y pattiserie.
Un inolvidable viaje que supo
retroalimentar nuestros sentidos.