domingo, 15 de marzo de 2015

Milan

El tren que nos llevó a Milán, nuestro último destino en territorio italiano, salió con unos minutos de retraso que se reflejaron en la llegada a la estación Milano Centrale, a sólo un par de cuadras del Hotel Florida, que nos tuvo una noche como huéspedes. El día había que aprovecharlo y hubo que ajustar un poco el plan para que rindiera de la mejor forma. Por suerte el sol ayudó a templar el frío que se acentuó al caer la tarde.

Solamente el Duomo justifica ir a Milán. A esa imponente Catedral gótica le precede una plaza a su medida, lo suficientemente grande como para permitirle lucirse y deslumbrar. Nosotros llegamos allí desde la Vía Dante donde compramos una de las pizzas de masa esponjosa más ricas que fuimos comiendo casi sin detenernos.
La multitud permanente que circula en torno a la catedral es insignificante frente a semejante monumento, que se precia de ser una de las tres o cuatro iglesias católicas más grande del mundo (otra de ellas es la de San Pedro en el Vaticano).




Muy cerca hay otro lugar imperdible, la Galería Vittorio Emmanuelle, que considerando la antigüedad de la construcción (1880) tiene un mérito aún mayor. Es un pasaje comercial que se hizo para comunicar la Piazza della Scala con la Piazza del Duomo. El techo abovedado, es de vidrio decorado lo que la hace muy luminosa. Tiene forma de cruz y los pisos con  mosaicos multicolores forman figuras geométricas.




También con mosaicos, la imagen de un toro invita a cumplir con un mito milanés que promete augurio de buena suerte si se le pisan los testículos. Es llamativo el hueco que se ha ido formando en el piso de tanto girar talones.


Las tiendas de grandes marcas que ocupan los locales comerciales están acordes a la suntuosidad de la galería.



Recorrimos buena parte del cuadrilátero de la moda viendo enormes locales exhibiendo en vidrieras minimalistas diseños raros y carísimos. Pero además, la mejor ropa, lo último y toda la onda están en las calles, en cada uno de los hombres y las mujeres que hacían con sus actividades cotidianas a pie o aún en bicicleta, impecablemente vestidos, un gran desfile de moda por esa zona céntrica de Milán.



De regreso al hotel, un buen descanso, un mejor desayuno y de nuevo a la estación donde otro tren nos haría dejar Italia y cruzar la frontera a Francia.