El lunes dejamos Niza para tomar un tren
hasta París, el único lugar del recorrido en el que ya había estado una vez. No
obstante no hubo motivos para tener menos
expectativas que en mi debut sino al contrario, creo que el hecho de poder
volver a un sitio que me había impactado y del cual tenía los mejores
recuerdos, acrecentó mi interés.
Volvimos a la librería Shakespeare & Co.,
frente a la Ile de la Cite, quisimos ver si aún estaba el escrito que habíamos
dejado la primera vez que estuvimos juntos allí, pero es como pretender
encontrar la misma moneda en la Fontana di Trevi luego de un año de haberla
tirado. Dejamos otra nota, pero ahora con la convicción de que no volveremos a
verla, en todo caso la excusa para volver será dejar una nueva.
Hasta Montmartre nos acompañó una llovizna
apenas perceptible que a decir verdad no le quitó una pizca de encanto.
Obviamente el paisaje era diferente ya que la plaza, por ejemplo se caracteriza
por los pintores y retratistas, cuyo trabajo en vivo y exposición de obras si
bien estaban presentes, se veían reducidas momentáneamente.
El año pasado intentamos entrar al Museo
Rodin pero coincidió con una muestra de Camile Claudell que convocó mucha gente
y preferimos cancelarlo; esta vez pudimos entrar con más tranquilidad a la
mañana apenas abrieron y optamos por el parque que tiene una importante
cantidad de obras como El pensador, Los burgueses de Calais, Las puertas del
infierno, monumento a Balzac, etc.
Otro lugar más pequeño pero que igualmente
trasmite mucha paz es el Jardín Catherine Labouré, el nombre remite a una
hermana de Hijas de la Caridad que manifestó haber visto y escuchado a la
Virgen María quien le encomendó que hiciera imprimir medallas con las imágenes
del Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María. La experiencia
se materializó en lo que se le dio en llamar la “Medalla Milagrosa”. Con el
tiempo Catalina fue santificada y su cuerpo se encuentra precisamente en la
Capilla Ntra. Sra. de la Medalla Milagrosa; ésta y el jardín se integran al
predio de la misma congregación de monjas.
Es evidente que no hay dos viajes iguales,
porque aún repitiendo lugares e itinerarios, es la permeabilidad del espíritu
la que permite o no absorber nuevas sensaciones, es dejarnos seducir a cada
paso y dejar que las emociones se expresen con soltura, con franqueza y hasta
con un poco de descaro, y es sentirnos más libres de gozar sin reservas.