Bienvenidos
a Madrid dice alguien de la tripulación que no puede disimular su cansancio.
Algunos harán trasbordo a Barcelona; para nosotros este es el primer destino.
La antigüedad se nota en la edificación y es
también notable el empeño en mantener las cosas en su estado más original.
Los muros de piedra, los azulejos y cerámicas
que decoran algunos frentes, el hierro macizo de las rejas y el ambiente
recoleto de las pequeñas calles y veredas empedradas, contrastan con españoles
modernos, desinhibidos y desprejuiciados.
Es obvio que estas observaciones son
antojadizas y sé que un vistazo no alcanza para formar una opinión acreditada
pero me amparo en las sensaciones que producen esas primeras impresiones.
El domingo se presentaba tentador, tal vez
porque en la lista de sitios a visitar había varios cuya popularidad me había
llegado por diferentes circunstancias...”Iba cada domingo a tu puesto del
Rastro a comprarte carricoches de miga de pan, caballitos de lata; con agüita
del mar andaluz quise yo enamorarte, pero tu no querías mas amor que el del Río
de la Plata…” le dice Sabina en “Con la frente marchita” a alguna argentina que
tentando suerte en la península intentaba subsistir en esa feria kilométrica,
atestada de pequeños puestos en los que se consigue de todo, libros, ropa,
juguetes, discos de música, artículos de electrónica, de bazar, ferretería,
etc. A todo esto se le suman los negocios de la zona que también abren para
aprovechar las posibilidades que se presentan a través de los miles de visitantes
que, como nosotros, buscamos “algo” raro, distinto, barato, sin muchas
pretensiones.
En cambio, la situación es distinta en Plaza
Mayor donde hay encuentros temáticos de filatelia, numismática, medallas,
postales, fotos, tapas de bebidas, etc.
Allí, cada cual va a buscar algo específico;
se ven pequeñas reuniones de fanáticos y coleccionistas tratando de conseguir
la pieza que les falta. Me llevó por un momento a una infancia de permanentes
colecciones incompletas, de esas que se empiezan por creer que más de tres
cosas diferentes de una misma especie nos habilitan a inaugurarla. Después nos
enteramos que existen catálogos y que dedicarnos a eso nos llevaría la vida y
ahí nos quedamos. Algunos, más apasionados, más perseverantes, siguen.
Para cambiar de ámbito, el museo Reina Sofía
nos ofrecía además de entrada gratuita, obras de Dalí y de Picasso que nos
dejan en silencio. Las vimos tantas veces reproducidas en todos los medios que
ahora tener allí los originales del “Guernica”, “Muchacha de espaldas”,
“Muchacha en la ventana” y tantos otros a centímetros de los ojos, nos da un
infinito privilegio.
Le seguiría a la tarde el Paseo del Prado
(junto al Museo) y el Parque del Buen Retiro. Si bien los nombres podrían
remitirnos en Córdoba a un barrio cerrado y a un cementerio privado, en
realidad nos acordamos de nuestro deteriorado Parque Sarmiento que si bien es
de inferiores dimensiones podría estar a la misma altura en cuanto a
mantenimiento e infraestructura.
En la Chocolatería San Ginés tomamos unos
tazones del chocolate más exquisito y espeso que jamás había probado. La
merienda se completó con churros recién hechos e igualmente ricos.
Caminamos por los barrios de Chueca y
Malasaña sin las muchedumbres que caracterizan la vida nocturna de esos lugares, muchos de los bares cierran durante el día y
los que pudimos ver abiertos tienen un encanto diferente. Me gustó el nombre de
uno: “Malabar”.
Otra vez la música es la que despertó interés
en un lugar: la Puerta de Alcalá, con una versión de Ana Belén y Víctor Manuel
muy difundida años atrás. No pudimos acceder al predio de la Puerta porque todo
el entorno está en obras y hasta se dificultó verla desde una buena posición.
De todos modos se justificó acercarse para tomar algunas fotos.
La noche con un café en la Plaza Santa Ana
fue el acto de despedida de Madrid.