Si hay algo que merece un lugar
destacado es la acertada idea de visitar un restaurant diferente. La reserva la
hicimos un martes para las 19.45 del viernes siguiente y a esa hora nos
presentamos en Dans le noir?, con todas
las expectativas para sentirnos parte de lo que ellos mismos señalan como “una
experiencia humana y sensorial única”. Y como tantas otras experiencias, ésta
resulta difícil de transferir.
En principio se desconoce el menú que
habrán de servir; los camareros (hombre y mujeres) son ciegos y para que no
haya diferencias, toda la cena transcurre en la más absoluta oscuridad.
Ghada fue nuestra anfitriona, a quien
tuvimos que asirnos y seguir a través de lo que supusimos eran laberintos de
pesadas cortinas negras hasta llegar a lo que nos habían anunciado como una
mesa grande que compartiríamos con otras personas. Entrada, plato principal y
postre. Para beber: agua.
Primero reconocer el espacio propio, los límites del
plato, el vaso, la cercanía con las demás personas, etc. Nos instruyeron: “para
servirse bebida, tome con una mano el vaso, coloque el dedo índice dentro,
sirva con la otra mano y deténgase cuando el dedo empiece a mojarse”.
Las voces e inclusive los idiomas
ajenos, ya que nadie más aparte de nosotros hablaba español, generaban un entorno
que obligaba a concentrarse en el contenido de los platos, a encontrar lo que
allí había y a tratar de identificar cada bocado; todo es sensorial excepto
para la vista a quien le está vedado el más minúsculo punto de luz. Por más
esfuerzo que quiera hacerse, no se ve nada. Las manos se animan a tocar la
comida, nada quiere perderse y aún queda el recurso de chuparse los dedos.
Durante la cena nos embargaron diferentes
sensaciones; algunas graciosas por lo atípico de los procedimientos aplicados
para salir lo más airosos posible y otras más reflexivas relacionadas con la
ceguera como obstáculo. La salida debe
hacerse con el mismo cuidado de la entrada y con la precaución de ir mirando
hacia el piso para acostumbrarse de nuevo a la luz.
Si bien el gusto y el olfato nos
permitieron hacer un reconocimiento, las dudas se acabaron cuando al salir nos
preguntaron qué creíamos haber comido y luego nos informaron en que consistió el menú.
En el resto de la noche sólo hubo lugar para la admiración y la complacencia causada por esa experiencia.