viernes, 19 de diciembre de 2014

Brujas

En el medio de nuestra estadía en París y sin abandonarla como base de operaciones, hicimos una escapada a Brujas, en Bélgica, pasando por Bruselas donde el Thalys se detuvo sólo unos minutos en la estación, lo suficiente para traer a la memoria que esa ciudad tuvo el privilegio aunque haya sido casual, de ver nacer a uno de los grandes de la literatura como lo fuera Julio Cortázar, argentino al menos en los papeles, ya que sus padres cumplían allí una función diplomática para nuestro país. París lo vio morir y también nos sentimos con la necesidad de rendirle un pequeño tributo en su tumba del cementerio de Montparnase, donde descansa junto a su última compañera, Carol Dunlop.

Brujas es lo más cercano que vi a lo que transmiten los libros de cuentos, esos en los que las casitas están dibujadas y donde desde cualquier puerta o ventana aparece uno de sus personajes. Los canales, parques, molinos y carruajes tirados por caballos completan la escenografía. Sería bueno poder verlo en su estado natural, sin las hordas de turistas que avanzan en masas por las estrechas calles con el consentimiento resignado de lugareños que ostentan un nivel económico nada despreciable.
Brujas me encantó en el más estricto significado de la palabra. Ahora quiero conocer un poco sobre su historia.






domingo, 30 de noviembre de 2014

Metro

Es una peregrina de cuya estatura se encuentran pocas; es parisina por elección y se destaca entre otras cosas por su habilidad para el desplazamiento subterráneo, haciéndole cosquillas desde abajo al piso de la ciudad. 

Es muy diestra en las combinaciones que permiten llegar en el menor tiempo y con la mayor exactitud a ese lugar; tiene cada recorrido grabado en la mente y por las dudas en el pequeño plano Paris poche dobladito, desplegable, generoso.


El 8 dirección Balard, lo tomamos en Madeleine, pasa por Concorde, Invalides, La Tour Maubourg  bajamos en la École Militaire, en la vereda misma del Royal Phare…

Chatelet.. dice la voz grabada de una mujer casi llegando a la estación. Chatelet.. repite en otro tono apenas más bajo ya entrando, donde la oscuridad del túnel da paso a la luz artificial, aliviadora, y al inmediato intercambio de pasajeros, casi en la misma proporción los que entran y los que salen.. pardon, pardon.

Pero nuestra experimentada viajera aún se manejaba con tickets cada vez que necesitaba inaugurar un recorrido, inadmisible para alguien que se mueve en ese nivel de conocimientos.
Para ella llegó el Pase Navigo Découverte, la tarjeta que le cambió la vida; apenas mostrarla, ni siquiera apoyarla, y las puertas se abren, el Metro la recibe triunfante, vencedora, dispuesta a desenredar el intrincado manojo de cables multicolores.

Yo en tanto la sigo, copio sus movimientos y aprovecho con mi Navigo las ventajas de no tirar tickets nuevos creyéndolos inservibles, a no guardar los usados por si al doblar la esquina lo exige un control.


En fin, el Metro me ha proporcionado algunas experiencias y también aprovecho esa tarjeta desde cuya foto me sonrío, tal vez pensando en las próximas veces que pienso usarla.




miércoles, 19 de noviembre de 2014

St. Paul de Vence

A una hora en colectivo desde Niza está Saint Paul de Vence, un pequeño poblado medieval amurallado que con el tiempo se convirtió en una villa de viviendas particulares para descanso o en talleres de artistas que luego exponen a lo largo de decenas de locales, a los que se le suman bares y restaurantes.



Hay esculturas además dispersas por todo el pueblo.


Las calles angostas sólo permiten el paso peatonal que se hace muy agradable máxime si se recorren los espacios donde la falta de comercios atrae a menos paseantes.




En el cementerio, que es lo único que queda fuera de la muralla, están los restos del pintor Marc Chagall. Aquí también vivieron artistas plásticos como Matisse, Renoir, Modigliani, escritores, y fue además lugar de residencia temporaria de directores de cine y actores.

Cerca de St. Paul y rodeada de una vegetación exuberante está la Fundación Maegth. Un marchand y su esposa, dedicaron un espacio acondicionado especialmente para exhibir obras de arte, con ambientes muy amplios e iluminación natural. Hay además grandes obras por todo el parque, en contacto con la naturaleza y hechas especialmente para ese lugar.
Proliferan los trabajos de Joan Miró, bronces de Giacometti, etc.




Una pequeña capilla dedicada a un hijo de Maeght muerto muy joven y una tienda de recuerdos completan un lugar que destila no solo creatividad sino mucha paz.




sábado, 8 de noviembre de 2014

Madrid II

En España ya pasó el mediodía aunque nosotros recién terminamos de desayunar y aún falta poco más de una hora para que lleguemos a Madrid.
La cámara exterior del avión nos muestra un cielo con nubes y un sol con presagio de frío, una temperatura que anhelamos disfrutar entre otras cosas, para contrarrestar el agobio del calor cordobés.
Estamos felices de hacer este viaje y aunque repitamos lugares ya visitados, las expectativas son amplias y pretenden aprovechar los días cortos, alguna posible lluvia y marcas inferiores a los 0º

Apenas instalados cumplimos con el primer objetivo, la Chocolatería San Ginés donde repetimos el más exquisito chocolate con churros; anocheció mientras recorrimos la Plaza Mayor y Tirso de Molina. Para la cena otro sitio conocido: el Museo del Jamón con la calidad que ya conocíamos.




En el único día entero que estuvimos en la ciudad salimos a la calle demasiado temprano, aún no había abierto el comercio y la idea era ver algunas rebajas de temporada que al final no resultaron tales. Mucho aviso, mucho cartel pero no vimos combinada la calidad con nuestras preferencias y nuestros bolsillos.
En cambio pudimos aprovechar el privilegio de estar en La Casa del Libro; un templo literario con múltiples espacios reducidos distribuidos en varios pisos. Es fácil perderse en ese lugar revisando anaqueles que se descorren y dejan ver otros estantes igualmente atestados de miles de volúmenes. Conseguí de José Saramago dos trabajos agotados en Argentina, “Las intermitencias de la muerte” y “Ensayo sobre la lucidez” y de García Márquez “La mala hora”, una novela anterior a Cien años de soledad que leí hace mucho y que no pudo escapar a esa tendencia que tienen los libros de perderse; pequeños tesoros con que nos deleitaremos en casa.



Almuerzo de tapas en el Mercado San Miguel donde ya habíamos estado aunque sin probar esas delicias de camarones, cangrejos, anchoas, croquetas de gambas y jamón ibérico con que nos desquitamos esta vez.



La tarde la dedicamos a conocer el Museo del Prado donde las obras, tanto pinturas como escultura pueden verse en directo, a centímetros de nuestros ojos sin sentir el asedio vigilante, que sin dejar de cuidar y controlar permiten discurrir en un espacio amigable. Una curiosidad: en diferentes salas del museo había artistas reproduciendo obras exhibidas que interrumpían de a ratos y dejaban junto al caballete, los óleos y pinceles.  Qué satisfacción y qué placer tan grande haber estado allí!



Volvimos a “Los 100 Montaditos” a comer, pequeños sándwiches de pan caliente con jamón, paté de pato, calamares y gambas, mas una caña de cerveza para completar luego el raid gastronómico con pulpos a la gallega en Ciudad de Tui, sin postre y sin café ya que preferimos reincidir con el espeso chocolate, esta vez sentados en el Pasadizo San Ginés con estufas y planes para los días por venir.




sábado, 25 de octubre de 2014

Dans le Noir? - Paris

Si hay algo que merece un lugar destacado es la acertada idea de visitar un restaurant diferente. La reserva la hicimos un martes para las 19.45 del viernes siguiente y a esa hora nos presentamos en Dans le noir?,  con todas las expectativas para sentirnos parte de lo que ellos mismos señalan como “una experiencia humana y sensorial única”. Y como tantas otras experiencias, ésta resulta difícil de transferir.

En principio se desconoce el menú que habrán de servir; los camareros (hombre y mujeres) son ciegos y para que no haya diferencias, toda la cena transcurre en la más absoluta oscuridad.

Ghada fue nuestra anfitriona, a quien tuvimos que asirnos y seguir a través de lo que supusimos eran laberintos de pesadas cortinas negras hasta llegar a lo que nos habían anunciado como una mesa grande que compartiríamos con otras personas. Entrada, plato principal y postre. Para beber: agua. 
Primero reconocer el espacio propio, los límites del plato, el vaso, la cercanía con las demás personas, etc. Nos instruyeron: “para servirse bebida, tome con una mano el vaso, coloque el dedo índice dentro, sirva con la otra mano y deténgase cuando el dedo empiece a mojarse”.

Las voces e inclusive los idiomas ajenos, ya que nadie más aparte de nosotros hablaba español, generaban un entorno que obligaba a concentrarse en el contenido de los platos, a encontrar lo que allí había y a tratar de identificar cada bocado; todo es sensorial excepto para la vista a quien le está vedado el más minúsculo punto de luz. Por más esfuerzo que quiera hacerse, no se ve nada. Las manos se animan a tocar la comida, nada quiere perderse y aún queda el recurso de chuparse los dedos.  

Durante la cena nos embargaron diferentes sensaciones; algunas graciosas por lo atípico de los procedimientos aplicados para salir lo más airosos posible y otras más reflexivas relacionadas con la ceguera como obstáculo.   La salida debe hacerse con el mismo cuidado de la entrada y con la precaución de ir mirando hacia el piso para acostumbrarse de nuevo a la luz.

Si bien el gusto y el olfato nos permitieron hacer un reconocimiento, las dudas se acabaron cuando al salir nos preguntaron qué creíamos haber comido y luego nos informaron en que consistió el menú.


En el resto de la noche sólo hubo lugar para la admiración y la complacencia causada por esa experiencia.




miércoles, 15 de octubre de 2014

Roma

Llegamos a Roma y nos abrazó un aire caluroso y húmedo que nos acompañaría cada uno de los cuatro días que nos tuvo como huéspedes.

Por fin la Bella Roma ¡la puerta de Italia!; un país que conocí a fuerza de escuchar repetidas historias de inmigrantes llegados a Argentina después de la guerra. Siempre me resultó familiar ese acento atravesado, esa mezcla de idiomas y dialectos y ese optimismo desbordante con que encararon cada empresa.

Todo en esta Capital es historia y arte; todo se rescata, se recupera, se conserva y en lo posible se mejora. No vimos una sola obra en construcción. Los andamios y las grandes coberturas indican que se están haciendo arreglos, revalorizando cada muro, cada columna, reforzándolos para que sigan resistiendo. Esculturas, estatuas, monumentos, restos de mampostería, todo se recupera y se exhibe haciendo un culto de cada pieza.



Apreciar el Colisseo en toda su dimensión no es tan sencillo, aunque una parte de su entorno está despejada con un gran espacio verde donde también está el Arco de Tito; hasta allí llegamos desde la Piazza del Campidoglio por la Vía Imperiale que atraviesa el Foro. El día anterior también lo abordamos desde un viaducto al que llegamos desde Vía Cavour.

Quería verlo de todos lados, abrazarlo si fuera posible, tocarlo después de verlo en cientos de imágenes, creo, desde la escuela primaria cuando nada me hacía pensar que en algún momento tendría esta oportunidad que me dio una de las imágenes más fuertes de Roma.



Nuestros paseos alternaban con las comidas principales, algunos cafés macciato (cortados para suavizarlos un poco) con algo sólido para mantener el estado físico y el aterrizaje nocturno en un hotel pequeño, con apenas doce habitaciones que ocupa el segundo piso de un edificio en el que convive con otros dos hoteles.



Otra imagen impactante es la Fontana di Trevi, sólo que la hacía con un entorno más despejado. Está encerrada por construcciones y la multitud es permanente, así que como uno más, buscamos nuestro lugar para fotografiarla, tocarla, sentarnos en ella y por supuesto, cumplir con el clásico rito de tirar una moneda que asegura volver a Roma.



Era impostergable visitar San Pietro in Vincoli (en cadenas o encadenado), una iglesia de líneas sencillas que se construyó precisamente para depositar las cadenas con que ataron a San Pedro, aunque la razón del interés tenía más que ver con que alberga una de las obras más difundidas de Miguel Angel, el Moisés.  


  
La Piazza di Spagna también impresiona, si bien la Fontana della Barcaccia no es muy grande, está en la base de una monumental escalera que conduce a la Iglesia de la Trinitá dei Monti y que en ciertos momentos se dificulta subir o bajar por la gran cantidad de gente que la ocupa sentándose a comer, conversar, o solamente a tomar sol.



Hemos recorrido muchos otros lugares cargados de historia como la Piazza del Popolo, los Jardines del Pincio, todos igualmente imponentes.

La ancha Vía Venetto es bellísima, en su extensión pudimos ver la Fontana delle Api, la Iglesia de Santa María della Concezione, los cafés y las tiendas con precios inaccesibles para nosotros, que de ninguna manera impidieron que disfrutáramos de la vista.



Observaba que los italianos tienen bien ganada la fama de vestir con elegancia y estilo, y me pareció que lo hace principalmente el hombre y en menor medida la mujer. La buena ropa y el calzado no se ve sólo en las vidrieras sino en la gente que habla casi a gritos, que exageran ademanes y que usan buenos perfumes.

Nuestro último día en Roma estuvo reservado para visitar San Giovanni in Laterano, que al igual que la Iglesia Santa María Maggiore en la que estuvimos el primer día, pertenece a la Santa Sede. Ambas son enormes y abundan las pinturas, los frescos, las imágenes trabajadas en detalle, las columnas inabarcables, los pisos con figuras geométricas y un ambiente en el que se impone el interés turístico por encima de la liturgia. De hecho, en ningún templo permiten las visitas mientras se celebra un oficio religioso.



Por último, el Vaticano con la Piazza y la Basílica de San Pedro, ese lugar tan controvertido donde se concentra el poder de la iglesia católica, que recibe tantos elogios por su exuberancia y exagerada pomposidad, como críticas por iguales razones. Lo cierto es que a mi me cautivó, enmudeció, asombró y emocionó. Me había propuesto no hacer juicios relacionados con la fe y las vocaciones para poder disfrutar mejor de semejante obra.

Es imposible recorrer todo el complejo en un día incluyendo los museos vaticanos, así que nos concentramos puntualmente en la Basílica, aunque también quedarían muchas cosas sin ver.

Allí todo es arte, los techos, los pisos, cientos de esculturas y obras de Bernini como el imponente baldaquino, debajo del cual sólo puede celebrar misas el Papa. La Piedad, de Miguel Ángel expuesta para ver a varios metros de distancia y protegida por un vidrio, exige buscar la mejor ubicación posible entre tanta gente y renegar para que por lo menos una foto salga con cierta nitidez.

Subimos doscientos escalones para llegar hasta la cúpula interior pudiendo apreciarla desde muy cerca a través de un tejido metálico y desde allí la parte del altar mayor y el baldaquino.

Otros trescientos escalones más nos llevarían a la parte exterior, desde donde vimos toda Roma gracias al día despejado y soleado. El cansancio de subir tantos escalones, pequeños y en posición incómoda por la misma curvatura de la cúpula, le agregó emoción a un día imborrable de nuestra memoria.





sábado, 4 de octubre de 2014

Paris I

Al fin París !!... Recién en ese momento me di cuenta de cuánto hambre tenía de estar allí. Pisaba por primera vez la ciudad que inspirara a tantos genios, que exiliara momentáneamente a tantos compatriotas, en la que dejaron por elección sus restos otros tantos, pero mucho más cerca en el tiempo, París es un lugar en el mundo de ella, así me respondió hace unos años cuando le pregunté y así lo puedo comprobar ahora. Se maneja con absoluta seguridad; la conoce tanto como a Córdoba aunque creo que la ama un poco más y por esa razón no le encuentra defectos o se los perdona y la acepta tal cual es, como cuando se ama algo verdaderamente.


Enumerar lugares no agrega valor, además sería injusto porque por traición de la memoria me olvidaría de algunos, y otros quedarían relegados como si carecieran de prioridad.
Cada rincón tiene historia y aunque no la conozca me inspira la devoción que transmite a través del cuidadoso esmero con que se mantiene el lugar, todo se restaura, hay obras de mantenimiento en monumentos, edificios, calles, etc.; pero hasta esos trabajos son hechos de manera cuidada para que no alteren la circulación y pasen lo más desapercibidos posible.


París tiene estilo y se advierte a cada paso, en cada lugar y en el andar y en los gestos de cada parisino que se distinguen entre una multitud cosmopolita.



La ciudad tiene una infraestructura extraordinaria. El tránsito es ordenado y los medios de movilidad particulares (autos, muchas motos y en menor cantidad bicicletas), son eso: medios, no fines; de hecho ante la falta de garajes los vehículos ocupan las calles todo el tiempo. Muy buena señalización de las calles, los parques, metros, etc. No hay tendidos de cables aéreos y eso descontamina el paisaje.


El cuidado de los espacios verdes, hasta el más pequeño, se mantiene con extremo esmero. Creo que se revalorizan mucho esos lugares ya que las veredas carecen de árboles, tampoco perros, salvo los que pasean sus dueños.


Los espacios son reducidos y sin embargo siempre hay lugar para alguien más. Las mesas en los cafés se suceden casi sin cortes e invaden parte de las veredas, algún cerramiento y la calefacción completan el mejor clima para disfrutar un momento que por suerte pudimos repetir todos los días.


Los sentidos se movilizan solos: la vista a veces no alcanza para incorporar tanto, el oído no se sobresalta, reposa; el olfato no duerme entre una exótica mezcla de olores que a veces logro distinguir: flores, panes, especias, tabaco, y más.… El gusto vive de fiesta sintiéndole a cada cosa su sabor: el chocolate (por todos lados) es chocolate, las frutas parecen recién cosechadas y toda la panificación y las tradicionales baguettes nos estaban esperando a la vuelta de la esquina.


La calidez de la madera antigua, la irregularidad de los adoquinados, la rugosidad de los muros, la rigidez de los hierros, hacen que el tacto esté atento todo el tiempo y disfrute acariciando con manos y pies cada superficie.

Los grandes monumentos y edificios quedan para las fotos, que de hecho tomamos muchas y hay para elegir y armar una buena compilación.


Me quedo con todo aquello que no pude traer en la valija, salvo en la del espíritu y que trataré de hacer durar lo más que pueda, no se, por ahí hasta un próximo viaje…



sábado, 27 de septiembre de 2014

Madrid I

Bienvenidos a Madrid dice alguien de la tripulación que no puede disimular su cansancio. Algunos harán trasbordo a Barcelona; para nosotros este es el primer destino.

La antigüedad se nota en la edificación y es también notable el empeño en mantener las cosas en su estado más original.
Los muros de piedra, los azulejos y cerámicas que decoran algunos frentes, el hierro macizo de las rejas y el ambiente recoleto de las pequeñas calles y veredas empedradas, contrastan con españoles modernos, desinhibidos y desprejuiciados.

Es obvio que estas observaciones son antojadizas y sé que un vistazo no alcanza para formar una opinión acreditada pero me amparo en las sensaciones que producen esas primeras impresiones.


El domingo se presentaba tentador, tal vez porque en la lista de sitios a visitar había varios cuya popularidad me había llegado por diferentes circunstancias...”Iba cada domingo a tu puesto del Rastro a comprarte carricoches de miga de pan, caballitos de lata; con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte, pero tu no querías mas amor que el del Río de la Plata…” le dice Sabina en “Con la frente marchita” a alguna argentina que tentando suerte en la península intentaba subsistir en esa feria kilométrica, atestada de pequeños puestos en los que se consigue de todo, libros, ropa, juguetes, discos de música, artículos de electrónica, de bazar, ferretería, etc. A todo esto se le suman los negocios de la zona que también abren para aprovechar las posibilidades que se presentan a través de los miles de visitantes que, como nosotros, buscamos “algo” raro, distinto, barato, sin muchas pretensiones.


En cambio, la situación es distinta en Plaza Mayor donde hay encuentros temáticos de filatelia, numismática, medallas, postales, fotos, tapas de bebidas, etc.
Allí, cada cual va a buscar algo específico; se ven pequeñas reuniones de fanáticos y coleccionistas tratando de conseguir la pieza que les falta. Me llevó por un momento a una infancia de permanentes colecciones incompletas, de esas que se empiezan por creer que más de tres cosas diferentes de una misma especie nos habilitan a inaugurarla. Después nos enteramos que existen catálogos y que dedicarnos a eso nos llevaría la vida y ahí nos quedamos. Algunos, más apasionados, más perseverantes, siguen.



Para cambiar de ámbito, el museo Reina Sofía nos ofrecía además de entrada gratuita, obras de Dalí y de Picasso que nos dejan en silencio. Las vimos tantas veces reproducidas en todos los medios que ahora tener allí los originales del “Guernica”, “Muchacha de espaldas”, “Muchacha en la ventana” y tantos otros a centímetros de los ojos, nos da un infinito privilegio.


Le seguiría a la tarde el Paseo del Prado (junto al Museo) y el Parque del Buen Retiro. Si bien los nombres podrían remitirnos en Córdoba a un barrio cerrado y a un cementerio privado, en realidad nos acordamos de nuestro deteriorado Parque Sarmiento que si bien es de inferiores dimensiones podría estar a la misma altura en cuanto a mantenimiento e infraestructura.


En la Chocolatería San Ginés tomamos unos tazones del chocolate más exquisito y espeso que jamás había probado. La merienda se completó con churros recién hechos e igualmente ricos.

Caminamos por los barrios de Chueca y Malasaña sin las muchedumbres que caracterizan la vida nocturna de esos lugares, muchos de los bares cierran durante el día y los que pudimos ver abiertos tienen un encanto diferente. Me gustó el nombre de uno: “Malabar”.

Otra vez la música es la que despertó interés en un lugar: la Puerta de Alcalá, con una versión de Ana Belén y Víctor Manuel muy difundida años atrás. No pudimos acceder al predio de la Puerta porque todo el entorno está en obras y hasta se dificultó verla desde una buena posición. De todos modos se justificó acercarse para tomar algunas fotos.


La noche con un café en la Plaza Santa Ana fue el acto de despedida de Madrid.





sábado, 20 de septiembre de 2014

Orvieto

A una hora de Roma se encuentra Orvieto, ubicado sobre un peñasco en el medio del largo valle del Río Paglia, en el rincón sur-occidental de la Umbría.

Desde el primer momento quedé cautivada por este bellísimo y agradable  pueblito, con sus edificaciones medievales y el espectacular Duomo, el cual es una joya arquitectónica romano-gótica; su construcción fue iniciada en el año 1290 y está considerado como el mejor ejemplo de arquitectura gótica en Italia.


Las estrechas callecitas con sus famosas cerámicas pintadas a mano, la ornamentación de los negocios y sobre todo la tranquilidad  y calidez de su gente, dan a Orvieto un encanto particular.



Durante el ascenso hacia la parte alta del pueblo visitamos la antiquísima iglesia de San Lorenzo de Arari que si bien la estaban refaccionando, pudimos apreciar los frescos que aun conservan sus paredes y que datan del siglo XIII. 


En nuestro camino hacia el acantilado nos encontramos con una lugareña que desde la ventana de un primer piso, muy gentilmente nos indico que sendero debiamos seguir para encontrar las mejores vistas desde el peñasco.




A la salida del pueblo se encuentra el Pozo di San Patrizio,  una gran obra de ingeniería construida en 1527 por voluntad del Papa Clemente VII para abastecer de agua a la ciudad en caso de asedio, (cosa que nunca sucedió) y jamás tomaron su agua. Tiene una profundidad de 62 metros y se accede por una escalera caracol a doble hélice con 248 peldaños iluminados por 72 ventanales redondeados en su parte superior, causa vértigo asomarse por ellos para ver el fondo pero vale la pena la visita.