Al
fin París !!... Recién en ese momento me di cuenta de cuánto hambre tenía de
estar allí. Pisaba por primera vez la ciudad que inspirara a tantos genios, que
exiliara momentáneamente a tantos compatriotas, en la que dejaron por elección
sus restos otros tantos, pero mucho más cerca en el tiempo, París es un lugar en
el mundo de ella, así me respondió hace unos años cuando le pregunté y así
lo puedo comprobar ahora. Se maneja con absoluta seguridad; la conoce tanto
como a Córdoba aunque creo que la ama un poco más y por esa razón no le
encuentra defectos o se los perdona y la acepta tal cual es, como cuando se ama
algo verdaderamente.
Enumerar
lugares no agrega valor, además sería injusto porque por traición de la memoria
me olvidaría de algunos, y otros quedarían relegados como si carecieran de
prioridad.
Cada
rincón tiene historia y aunque no la conozca me inspira la devoción que
transmite a través del cuidadoso esmero con que se mantiene el lugar, todo se
restaura, hay obras de mantenimiento en monumentos, edificios, calles, etc.;
pero hasta esos trabajos son hechos de manera cuidada para que no alteren la
circulación y pasen lo más desapercibidos posible.
París tiene estilo y se advierte a cada paso, en cada lugar y en el andar y en los gestos de cada parisino que se distinguen entre una multitud cosmopolita.
La
ciudad tiene una infraestructura extraordinaria. El tránsito es ordenado y los
medios de movilidad particulares (autos, muchas motos y en menor cantidad
bicicletas), son eso: medios, no fines; de hecho ante la falta de garajes los
vehículos ocupan las calles todo el tiempo. Muy buena señalización de las
calles, los parques, metros, etc. No hay tendidos de cables aéreos y eso
descontamina el paisaje.
El
cuidado de los espacios verdes, hasta el más pequeño, se mantiene con extremo
esmero. Creo que se revalorizan mucho esos lugares ya que las veredas carecen
de árboles, tampoco perros, salvo los que pasean sus dueños.
Los
espacios son reducidos y sin embargo siempre hay lugar para alguien más. Las
mesas en los cafés se suceden casi sin cortes e invaden parte de las veredas,
algún cerramiento y la calefacción completan el mejor clima para disfrutar un
momento que por suerte pudimos repetir todos los días.
Los
sentidos se movilizan solos: la vista a veces no alcanza para incorporar tanto, el oído no se sobresalta, reposa; el olfato no duerme entre una exótica mezcla de olores que a veces logro
distinguir: flores, panes, especias, tabaco, y más.… El gusto vive de fiesta sintiéndole a cada cosa su sabor: el chocolate
(por todos lados) es chocolate, las frutas parecen recién cosechadas y toda la
panificación y las tradicionales baguettes nos estaban esperando a la vuelta de
la esquina.
La calidez de la madera antigua, la irregularidad de los
adoquinados, la rugosidad de los muros, la rigidez de los hierros, hacen que el tacto esté atento todo el tiempo y
disfrute acariciando con manos y pies cada superficie.
Los
grandes monumentos y edificios quedan para las fotos, que de hecho tomamos
muchas y hay para elegir y armar una buena compilación.
Me
quedo con todo aquello que no pude traer en la valija, salvo en la del espíritu
y que trataré de hacer durar lo más que pueda, no se, por ahí hasta un próximo
viaje…