Es difícil hablar sobre Paris, las palabras
quizás no alcanzan para explicar y compartir toda la belleza, la abundancia, la
humanidad, lo pintoresco y el ambiente de esa ciudad única. Paris tiene una historia y puede que sea su
mayor riqueza. Sus iglesias románicas, las catedrales góticas, los castillos
renacentistas. Los franceses retoman y
continúan la obra de sus antepasados y es así como siguen forjando el Paris
actual.
Comencé el circuito por los típicos lugares
visitados por millones de turistas y que eran parte de mi itinerario, el Arco de
Triunfo, la Torre Eiffel ,
el museo del Louvre, exponentes
maravillosos cargados de historia y excelentemente preservados. Continué mi recorrido y obviando el camino preestablecido, comencé a adentrarme por las estrechas calles
parisinas que conservan tanta o más historia que cualquier museo. Al
recorrerlas uno se adentra tras los pasos de sus habitantes y se encauza en un
pequeño viaje dentro de otro.
Fue ahí cuando emprendí mi verdadero viaje,
cuando guarde mis propias costumbres para sumergirme en la esencia de una
Ciudad de la que ningún folleto habla. Dejándome llevar por la dulzura del idioma, en
el día a día fui observando y compartiendo los usos y costumbres de sus
habitantes y empecé a conocer de a poco la identidad del autentico Paris, la de
su gente.
Morenos, pelirrojos, músicos, escritores,
musulmanes, católicos, tímidos, atrevidos, negros y blancos, un crisol de
personalidades, religiones y razas con
un mismo punto en común: La Nacionalidad Francesa. En la ciudad que cultiva
el arte del buen vivir, todos conviven sobre la base del respeto y la
educación. Mas allá de las diferencias,
hay un estilo de vida “a la francesa”, encontrarlo por doquier adaptado a las peculiaridades
de los barrios, es uno de los placeres que se disfrutan al recorrer Paris.
Los franceses hacen un culto a la
gastronomía y esto se evidencia en las mismas calles, donde la multitud se
desplaza disfrutando de algún manjar adquirido en alguno de los tantos puestos
callejeros o panaderías al paso. Una experiencia imperdible es recorrer los
mercados por la mañana con sus puestos multicolores, donde los vendedores
publicitan a gritos las virtudes de sus productos y la gente disfruta comiendo
una baguette mientras compra verduras recién cortadas en una atmósfera
distendida.
Y si hablamos de “Cafés”, el mas cercano
esta a la vuelta de la esquina y van delineando una geografía que refleja el
alma de sus parroquianos. El parisino va
buscando mucho más que tomarse un cafecito, tiene garantizada la inmersión
durante un minuto o largas horas en la vida de una calle, de un barrio, de una
ciudad.
En menos de diez días pude descubrir que
detrás de esa sociedad que por lo general el mundo tilda de fría, existe una
escala de valores donde el respeto, la educación, la hospitalidad, el orgullo
por el patrimonio, el amor por la ciudad y el arte de saborear el tiempo, constituyen
la esencia que da vida a Paris.
Antes de partir, en el aeropuerto, encontré
una revista de distribución gratuita que en el dorso de la tapa tenia una frase
que quedo grabada en mi recuerdo y decía:
“Que los franceses amen Francia, no es de
extrañar. Que los extranjeros amen Francia hasta el punto de ser el país mas
visitado del mundo, es lo que merece una reflexión…”