miércoles, 15 de octubre de 2014

Roma

Llegamos a Roma y nos abrazó un aire caluroso y húmedo que nos acompañaría cada uno de los cuatro días que nos tuvo como huéspedes.

Por fin la Bella Roma ¡la puerta de Italia!; un país que conocí a fuerza de escuchar repetidas historias de inmigrantes llegados a Argentina después de la guerra. Siempre me resultó familiar ese acento atravesado, esa mezcla de idiomas y dialectos y ese optimismo desbordante con que encararon cada empresa.

Todo en esta Capital es historia y arte; todo se rescata, se recupera, se conserva y en lo posible se mejora. No vimos una sola obra en construcción. Los andamios y las grandes coberturas indican que se están haciendo arreglos, revalorizando cada muro, cada columna, reforzándolos para que sigan resistiendo. Esculturas, estatuas, monumentos, restos de mampostería, todo se recupera y se exhibe haciendo un culto de cada pieza.



Apreciar el Colisseo en toda su dimensión no es tan sencillo, aunque una parte de su entorno está despejada con un gran espacio verde donde también está el Arco de Tito; hasta allí llegamos desde la Piazza del Campidoglio por la Vía Imperiale que atraviesa el Foro. El día anterior también lo abordamos desde un viaducto al que llegamos desde Vía Cavour.

Quería verlo de todos lados, abrazarlo si fuera posible, tocarlo después de verlo en cientos de imágenes, creo, desde la escuela primaria cuando nada me hacía pensar que en algún momento tendría esta oportunidad que me dio una de las imágenes más fuertes de Roma.



Nuestros paseos alternaban con las comidas principales, algunos cafés macciato (cortados para suavizarlos un poco) con algo sólido para mantener el estado físico y el aterrizaje nocturno en un hotel pequeño, con apenas doce habitaciones que ocupa el segundo piso de un edificio en el que convive con otros dos hoteles.



Otra imagen impactante es la Fontana di Trevi, sólo que la hacía con un entorno más despejado. Está encerrada por construcciones y la multitud es permanente, así que como uno más, buscamos nuestro lugar para fotografiarla, tocarla, sentarnos en ella y por supuesto, cumplir con el clásico rito de tirar una moneda que asegura volver a Roma.



Era impostergable visitar San Pietro in Vincoli (en cadenas o encadenado), una iglesia de líneas sencillas que se construyó precisamente para depositar las cadenas con que ataron a San Pedro, aunque la razón del interés tenía más que ver con que alberga una de las obras más difundidas de Miguel Angel, el Moisés.  


  
La Piazza di Spagna también impresiona, si bien la Fontana della Barcaccia no es muy grande, está en la base de una monumental escalera que conduce a la Iglesia de la Trinitá dei Monti y que en ciertos momentos se dificulta subir o bajar por la gran cantidad de gente que la ocupa sentándose a comer, conversar, o solamente a tomar sol.



Hemos recorrido muchos otros lugares cargados de historia como la Piazza del Popolo, los Jardines del Pincio, todos igualmente imponentes.

La ancha Vía Venetto es bellísima, en su extensión pudimos ver la Fontana delle Api, la Iglesia de Santa María della Concezione, los cafés y las tiendas con precios inaccesibles para nosotros, que de ninguna manera impidieron que disfrutáramos de la vista.



Observaba que los italianos tienen bien ganada la fama de vestir con elegancia y estilo, y me pareció que lo hace principalmente el hombre y en menor medida la mujer. La buena ropa y el calzado no se ve sólo en las vidrieras sino en la gente que habla casi a gritos, que exageran ademanes y que usan buenos perfumes.

Nuestro último día en Roma estuvo reservado para visitar San Giovanni in Laterano, que al igual que la Iglesia Santa María Maggiore en la que estuvimos el primer día, pertenece a la Santa Sede. Ambas son enormes y abundan las pinturas, los frescos, las imágenes trabajadas en detalle, las columnas inabarcables, los pisos con figuras geométricas y un ambiente en el que se impone el interés turístico por encima de la liturgia. De hecho, en ningún templo permiten las visitas mientras se celebra un oficio religioso.



Por último, el Vaticano con la Piazza y la Basílica de San Pedro, ese lugar tan controvertido donde se concentra el poder de la iglesia católica, que recibe tantos elogios por su exuberancia y exagerada pomposidad, como críticas por iguales razones. Lo cierto es que a mi me cautivó, enmudeció, asombró y emocionó. Me había propuesto no hacer juicios relacionados con la fe y las vocaciones para poder disfrutar mejor de semejante obra.

Es imposible recorrer todo el complejo en un día incluyendo los museos vaticanos, así que nos concentramos puntualmente en la Basílica, aunque también quedarían muchas cosas sin ver.

Allí todo es arte, los techos, los pisos, cientos de esculturas y obras de Bernini como el imponente baldaquino, debajo del cual sólo puede celebrar misas el Papa. La Piedad, de Miguel Ángel expuesta para ver a varios metros de distancia y protegida por un vidrio, exige buscar la mejor ubicación posible entre tanta gente y renegar para que por lo menos una foto salga con cierta nitidez.

Subimos doscientos escalones para llegar hasta la cúpula interior pudiendo apreciarla desde muy cerca a través de un tejido metálico y desde allí la parte del altar mayor y el baldaquino.

Otros trescientos escalones más nos llevarían a la parte exterior, desde donde vimos toda Roma gracias al día despejado y soleado. El cansancio de subir tantos escalones, pequeños y en posición incómoda por la misma curvatura de la cúpula, le agregó emoción a un día imborrable de nuestra memoria.