El largo trayecto en tren es muy placentero,
de pronto algún poblado, muy pintoresco e inspirador seguramente de cuentos y
novelas, y la costa que de a ratos se acerca. La bordeamos y de pronto otro
túnel, y otro campo y otra vez la costa para ya no dejar de verla.
Ahí está el
mediterráneo, más azul que en cualquier poema, todavía con la tosca playa
italiana, hasta darle paso al más refinado perfil francés.
Y entonces Mentón como la primera
urbanización francesa, y Montecarlo y Mónaco con grandes y lujosas
construcciones e iguales yates y veleros en sus puertos.
Cambia el idioma y en los carteles el “uscita
le da paso al “sortie” y la “vía” cambió a “rue”, y nos vamos preparando para
reemplazar “buon giorno” por “bon jour” y “grazie” por “mercí”, qué buen
ejercicio!-
Y Niza…! Que resultó un bálsamo para la
vista, con una extensa playa semicircular de pequeñas piedras blancas, el agua
tibia muestra un azul más claro en la orilla, seguramente por la menor
profundidad.
La Promenade des Anglais que bordea la playa es ideal para
caminar, tomar sol en sus bancos, correr, andar en bicicleta, roller, etc.;
allí hay lugar para todos.
Niza no ostenta el mismo nivel que otras
ciudades de la Costa Azul pero tiene glamour y se nota en las calles, negocios
y autos.
De todos modos, no resigna su costado histórico y artístico, que se
aprecia en sus iglesias, palacios, ferias, mercados, galerías.
En una esquina,
a unos cuatro metros de altura engarzaron una bala de cañón que según explica
una placa, fue disparada por la flota turca en un ataque a la ciudad en 1543.
Hay un permanente contraste entre lo moderno
y lo antiguo que no obstante conviven en perfecta armonía.