domingo, 26 de junio de 2016

Metz

Estamos a mitad del viaje; el día permanece gris pero dejó de llover. A través de la ventanilla puedo ver las montañas y las praderas cultivadas que intercaladas con  pequeñas y prolijas comunidades logran un equilibrio de paz y sosiego.

Metz, en el noreste francés nos deslumbró y cautivó. Desde el arribo a su gran  Estación se aprecia la diversidad de vegetación, y llegar fue como mimetizarse con la propia naturaleza, libre de carencias.


En la tranquilidad del Río Mosella se lucían elegantes y hermosos cisnes; el viento por su parte hacía caer las hojas y alfombraba la tierra de mil colores. Nos sentimos viviendo una experiencia única e inolvidable.



Se destacan las calles pintorescas y floridas, peatonales en algunos casos con una amplia oferta comercial. Llaman la atención los ómnibus articulados y adornados artísticamente, como así también las clásicas y tradicionales boulangeries.


No obstante, lo más sobresaliente es el espíritu del lugar que nos cautivó de inmediato, la gente tranquila y amable demostraban integrarse a una verdadera comunidad que se traduce además en la limpieza y el orden de cada espacio.



En la planificación de los recorridos, Metz ocupó sólo un día de permanencia y así lo hicimos aunque reconocemos que hubiese merecido mayor tiempo para disfrutar la ciudad que es mucho lo que contiene y ofrece al visitante.



                                          (Caminante tomate tu tiempo sino el tiempo te tomara.)