En España ya pasó el
mediodía aunque nosotros recién terminamos de desayunar y aún falta poco más de
una hora para que lleguemos a Madrid.
La cámara exterior
del avión nos muestra un cielo con nubes y un sol con presagio de frío, una
temperatura que anhelamos disfrutar entre otras cosas, para contrarrestar el
agobio del calor cordobés.
Estamos felices de
hacer este viaje y aunque repitamos lugares ya visitados, las expectativas son
amplias y pretenden aprovechar los días cortos, alguna posible lluvia y marcas
inferiores a los 0º
Apenas instalados
cumplimos con el primer objetivo, la Chocolatería San
Ginés donde repetimos el más exquisito chocolate con churros; anocheció
mientras recorrimos la Plaza Mayor y Tirso de Molina. Para la cena otro sitio
conocido: el Museo del Jamón con la calidad que ya conocíamos.
En el único día entero
que estuvimos en la ciudad salimos a la calle demasiado temprano, aún no había
abierto el comercio y la idea era ver algunas rebajas de temporada que al final
no resultaron tales. Mucho aviso, mucho cartel pero no vimos combinada la
calidad con nuestras preferencias y nuestros bolsillos.
En cambio pudimos
aprovechar el privilegio de estar en La
Casa del Libro; un templo literario con múltiples espacios
reducidos distribuidos en varios pisos. Es fácil perderse en ese lugar
revisando anaqueles que se descorren y dejan ver otros estantes igualmente
atestados de miles de volúmenes. Conseguí de José Saramago dos trabajos
agotados en Argentina, “Las intermitencias de la muerte” y “Ensayo sobre la
lucidez” y de García Márquez “La mala hora”, una novela anterior a Cien años de
soledad que leí hace mucho y que no pudo escapar a esa tendencia que tienen los
libros de perderse; pequeños tesoros con que nos deleitaremos en casa.
Almuerzo de tapas en
el Mercado San Miguel donde ya habíamos estado aunque sin probar esas delicias
de camarones, cangrejos, anchoas, croquetas de gambas y jamón ibérico con que
nos desquitamos esta vez.
La tarde la dedicamos
a conocer el Museo del Prado donde las obras, tanto pinturas como escultura
pueden verse en directo, a centímetros de nuestros ojos sin sentir el asedio
vigilante, que sin dejar de cuidar y controlar permiten discurrir en un espacio
amigable. Una curiosidad: en diferentes salas del museo había artistas
reproduciendo obras exhibidas que interrumpían de a ratos y dejaban junto al
caballete, los óleos y pinceles. Qué satisfacción
y qué placer tan grande haber estado allí!
Volvimos a “Los 100 Montaditos”
a comer, pequeños sándwiches de pan caliente con jamón, paté de pato, calamares
y gambas, mas una caña de cerveza para completar luego el raid gastronómico con
pulpos a la gallega en Ciudad de Tui, sin postre y sin café ya que preferimos
reincidir con el espeso chocolate, esta vez sentados en el Pasadizo San Ginés
con estufas y planes para los días por venir.