sábado, 8 de noviembre de 2014

Madrid II

En España ya pasó el mediodía aunque nosotros recién terminamos de desayunar y aún falta poco más de una hora para que lleguemos a Madrid.
La cámara exterior del avión nos muestra un cielo con nubes y un sol con presagio de frío, una temperatura que anhelamos disfrutar entre otras cosas, para contrarrestar el agobio del calor cordobés.
Estamos felices de hacer este viaje y aunque repitamos lugares ya visitados, las expectativas son amplias y pretenden aprovechar los días cortos, alguna posible lluvia y marcas inferiores a los 0º

Apenas instalados cumplimos con el primer objetivo, la Chocolatería San Ginés donde repetimos el más exquisito chocolate con churros; anocheció mientras recorrimos la Plaza Mayor y Tirso de Molina. Para la cena otro sitio conocido: el Museo del Jamón con la calidad que ya conocíamos.




En el único día entero que estuvimos en la ciudad salimos a la calle demasiado temprano, aún no había abierto el comercio y la idea era ver algunas rebajas de temporada que al final no resultaron tales. Mucho aviso, mucho cartel pero no vimos combinada la calidad con nuestras preferencias y nuestros bolsillos.
En cambio pudimos aprovechar el privilegio de estar en La Casa del Libro; un templo literario con múltiples espacios reducidos distribuidos en varios pisos. Es fácil perderse en ese lugar revisando anaqueles que se descorren y dejan ver otros estantes igualmente atestados de miles de volúmenes. Conseguí de José Saramago dos trabajos agotados en Argentina, “Las intermitencias de la muerte” y “Ensayo sobre la lucidez” y de García Márquez “La mala hora”, una novela anterior a Cien años de soledad que leí hace mucho y que no pudo escapar a esa tendencia que tienen los libros de perderse; pequeños tesoros con que nos deleitaremos en casa.



Almuerzo de tapas en el Mercado San Miguel donde ya habíamos estado aunque sin probar esas delicias de camarones, cangrejos, anchoas, croquetas de gambas y jamón ibérico con que nos desquitamos esta vez.



La tarde la dedicamos a conocer el Museo del Prado donde las obras, tanto pinturas como escultura pueden verse en directo, a centímetros de nuestros ojos sin sentir el asedio vigilante, que sin dejar de cuidar y controlar permiten discurrir en un espacio amigable. Una curiosidad: en diferentes salas del museo había artistas reproduciendo obras exhibidas que interrumpían de a ratos y dejaban junto al caballete, los óleos y pinceles.  Qué satisfacción y qué placer tan grande haber estado allí!



Volvimos a “Los 100 Montaditos” a comer, pequeños sándwiches de pan caliente con jamón, paté de pato, calamares y gambas, mas una caña de cerveza para completar luego el raid gastronómico con pulpos a la gallega en Ciudad de Tui, sin postre y sin café ya que preferimos reincidir con el espeso chocolate, esta vez sentados en el Pasadizo San Ginés con estufas y planes para los días por venir.