En
el medio de nuestra estadía en París y sin abandonarla como base de
operaciones, hicimos una escapada a Brujas, en Bélgica, pasando por Bruselas
donde el Thalys se detuvo sólo unos minutos en la estación, lo suficiente para
traer a la memoria que esa ciudad tuvo el privilegio aunque haya sido casual,
de ver nacer a uno de los grandes de la literatura como lo fuera Julio
Cortázar, argentino al menos en los papeles, ya que sus padres cumplían allí
una función diplomática para nuestro país. París lo vio morir y también nos
sentimos con la necesidad de rendirle un pequeño tributo en su tumba del
cementerio de Montparnase, donde descansa junto a su última compañera, Carol
Dunlop.
Brujas
es lo más cercano que vi a lo que transmiten los libros de cuentos, esos en los
que las casitas están dibujadas y donde desde cualquier puerta o ventana
aparece uno de sus personajes. Los canales, parques, molinos y carruajes
tirados por caballos completan la escenografía. Sería bueno poder verlo en su
estado natural, sin las hordas de turistas que avanzan en masas por las
estrechas calles con el consentimiento resignado de lugareños que ostentan un
nivel económico nada despreciable.
Brujas
me encantó en el más estricto significado de la palabra. Ahora quiero conocer
un poco sobre su historia.