Es como que el viaje empezó en la autopista que nos llevó
desde el centro de Buenos Aires a Ezeiza. La primera impresión de cambio, de
diferencia, fue avistar aviones “grandes”, que nunca había visto, y que en este
caso estaban en un hangar previo al aeropuerto.
Es sábado, aunque el día poco importa y sólo lo reconozco
por inercia, por haber transcurrido la semana esperando este día. Salimos ayer
de Córdoba y dormimos en Buenos Aires por una cuestión de horarios, de
comodidad, de evitar las corridas y de disfrutar desde un primer momento el
viaje. Entre ayer y hoy el clima ha cambiado, el otoño está
presente más allá que el almanaque le dio lugar hace veinte días.
Este es mi vuelo de bautismo trasatlántico, nunca antes fui
a un país no limítrofe. No dejo de sorprenderme de la forma en que se mueve
Ella, no deja nada librado a la suerte, todo está pensado, medido y calculado
en el detalle más pequeño, y eso que tiene experiencia de sobra en estos
quehaceres; sin embargo controla todo, repasa todo y hasta el ensayo general forma
parte de una rutina que parece acompañarla casi con obsesión.
Su ánimo es inmejorable, bien predispuesta y entusiasta,
aunque sin ansiedad, sin nervios. Sabe cómo sigue todo, pero controla de nuevo
y repasa otra vez, creo que nada más que para asegurarse que está haciendo bien
las cosas. En cambio yo, siento una mezcla de emoción y ansiedad aunque es algo que vengo madurando desde hace un tiempo bastante prudente.
Este es sin dudas el momento justo, apropiado para que
hagamos “nuestro viaje”. Las condiciones están dadas y nuestros espíritus
preparados como esponjas para absorber y llenarnos hasta rebalsar.
Ya no hay cuenta regresiva, estamos en tránsito y más allá
de lo escrito, hay cosas y momentos que no tienen palabras apropiadas para definirlas.