En particular, la
ciudad que le da nombre al accidente geográfico renueva cada vez mi admiración
en relación a su gente, a los nativos del lugar.
En cada visita fue suficiente estacionar el
vehículo y descender para verme rodeado de un grupo de personas, en su mayoría niños y adolescentes, dando la
bienvenida y ofreciendo con insistencia su compañía para recorrer los lugares
más importantes del pueblo.
Aceptar la oferta significa contar con el
apoyo de por lo menos dos personas que transmiten con sentimiento y precisión
los hechos acontecidos allí, los naturales que trascendieron por su condiciones
artísticas (músicos, poetas), el significado y la importancia de cada obra (el
Monumento a la
Independencia , el Mirador de Belgrano, la Municipalidad con la
clásica aparición de San Francisco a las doce del mediodía bendiciendo a los
feligreses, etc.).
Obviamente el servicio lo hacen a cambio de
una retribución voluntaria que su esmero invita a ser generosos, pero destaco
el orgullo y la humildad de esa gente, el sentimiento que ponen en las coplas
que recitan y la emoción con que repiten (aunque con seguridad lo hacen varias
veces por día) las estrofas del poema “No te rías de un coya”, de Fortunato
Ramos.