viernes, 5 de septiembre de 2014

Venecia

El viaje continuaba con uno de los lugares más esperados: Venecia.  Es sorprendente la construcción de más de cien islas en medio de una ciénaga;  y más sorprendente aún es que no se trata de edificios bajos y de materiales livianos. Son todos de tres y cuatro plantas y sus muros son de piedra, aberturas de gruesa madera y rejas de hierro macizo, en muchos casos corroídas por la sal.


Ni hablar de las iglesias, que las hay en cantidad  y son enormes.  Es cierto que las paredes se agrietan y se desplazan, y que hay bombas de desagote que deben funcionar todo el tiempo para que la ciudad no colapse pero ahí está, ese derroche de palacios desafiando a la naturaleza e imponiéndose por siglos.


La Piazza San Marco donde año tras año se realiza el famoso carnaval, es muy grande y en su entorno conserva viejos cafés que sobreviven al pie de edificios en los que funcionan principalmente estudios y oficinas.
Obviamente lo más imponente es la Basílica de San Marco, recargada de ornamentos en paredes y columnas, frescos, imágenes, y un piso decorado con mosaicos de diferentes formas y colores que al caminarlo nos recuerda el mar por sus marcadas ondulaciones, producto del desgaste pero esencialmente por la acción del agua; de hecho la Piazza es la primera en sufrir los efectos de la marea alta.
Es tradicional el paseo en góndola; están muy bien acondicionadas y adornadas y algunas además del clásico gondolieri con pantalón negro, remera rayada, pañuelo al cuello y sombrero, incluyen un cantante que te garantiza no pasar desapercibido.
Tambien están  los traghetto que no se usan con fines turísticos y que cruzan gente de una orilla a otra de los canales evitando tener que dar una vuelta mayor caminando.


Venecia es alucinante y misteriosa. Recorrimos cada calle, cada puente, cada pequeño pasaje, y el asombro nos acompañaba siempre; la admiración y la sorpresa se hicieron habituales y coincidimos en que es un destino donde quisiéramos volver.