sábado, 27 de septiembre de 2014

Madrid I

Bienvenidos a Madrid dice alguien de la tripulación que no puede disimular su cansancio. Algunos harán trasbordo a Barcelona; para nosotros este es el primer destino.

La antigüedad se nota en la edificación y es también notable el empeño en mantener las cosas en su estado más original.
Los muros de piedra, los azulejos y cerámicas que decoran algunos frentes, el hierro macizo de las rejas y el ambiente recoleto de las pequeñas calles y veredas empedradas, contrastan con españoles modernos, desinhibidos y desprejuiciados.

Es obvio que estas observaciones son antojadizas y sé que un vistazo no alcanza para formar una opinión acreditada pero me amparo en las sensaciones que producen esas primeras impresiones.


El domingo se presentaba tentador, tal vez porque en la lista de sitios a visitar había varios cuya popularidad me había llegado por diferentes circunstancias...”Iba cada domingo a tu puesto del Rastro a comprarte carricoches de miga de pan, caballitos de lata; con agüita del mar andaluz quise yo enamorarte, pero tu no querías mas amor que el del Río de la Plata…” le dice Sabina en “Con la frente marchita” a alguna argentina que tentando suerte en la península intentaba subsistir en esa feria kilométrica, atestada de pequeños puestos en los que se consigue de todo, libros, ropa, juguetes, discos de música, artículos de electrónica, de bazar, ferretería, etc. A todo esto se le suman los negocios de la zona que también abren para aprovechar las posibilidades que se presentan a través de los miles de visitantes que, como nosotros, buscamos “algo” raro, distinto, barato, sin muchas pretensiones.


En cambio, la situación es distinta en Plaza Mayor donde hay encuentros temáticos de filatelia, numismática, medallas, postales, fotos, tapas de bebidas, etc.
Allí, cada cual va a buscar algo específico; se ven pequeñas reuniones de fanáticos y coleccionistas tratando de conseguir la pieza que les falta. Me llevó por un momento a una infancia de permanentes colecciones incompletas, de esas que se empiezan por creer que más de tres cosas diferentes de una misma especie nos habilitan a inaugurarla. Después nos enteramos que existen catálogos y que dedicarnos a eso nos llevaría la vida y ahí nos quedamos. Algunos, más apasionados, más perseverantes, siguen.



Para cambiar de ámbito, el museo Reina Sofía nos ofrecía además de entrada gratuita, obras de Dalí y de Picasso que nos dejan en silencio. Las vimos tantas veces reproducidas en todos los medios que ahora tener allí los originales del “Guernica”, “Muchacha de espaldas”, “Muchacha en la ventana” y tantos otros a centímetros de los ojos, nos da un infinito privilegio.


Le seguiría a la tarde el Paseo del Prado (junto al Museo) y el Parque del Buen Retiro. Si bien los nombres podrían remitirnos en Córdoba a un barrio cerrado y a un cementerio privado, en realidad nos acordamos de nuestro deteriorado Parque Sarmiento que si bien es de inferiores dimensiones podría estar a la misma altura en cuanto a mantenimiento e infraestructura.


En la Chocolatería San Ginés tomamos unos tazones del chocolate más exquisito y espeso que jamás había probado. La merienda se completó con churros recién hechos e igualmente ricos.

Caminamos por los barrios de Chueca y Malasaña sin las muchedumbres que caracterizan la vida nocturna de esos lugares, muchos de los bares cierran durante el día y los que pudimos ver abiertos tienen un encanto diferente. Me gustó el nombre de uno: “Malabar”.

Otra vez la música es la que despertó interés en un lugar: la Puerta de Alcalá, con una versión de Ana Belén y Víctor Manuel muy difundida años atrás. No pudimos acceder al predio de la Puerta porque todo el entorno está en obras y hasta se dificultó verla desde una buena posición. De todos modos se justificó acercarse para tomar algunas fotos.


La noche con un café en la Plaza Santa Ana fue el acto de despedida de Madrid.