A
dos horas de Paris el TGV nos dejó en la ciudad de Lyon. No puedo dejar de
comparar esta ciudad con nuestra Córdoba, aunque sólo sea por su condición de
ciudad más importante del interior del país.
Imperdibles
las Traboules, esos laberintos de viviendas de no más de cuatro o cinco pisos,
con pasillos y escaleras estrechísimos; con entradas por una calle y salidas
por otra, donde por la ausencia de gente a la vista parece que nadie las
habita. Sin embargo su seguridad está cuidada con porteros eléctricos, luces
con sensores de movimiento y otras que directamente el acceso no está permitido
para extraños al complejo. Las Traboules fueron hechas y usadas por los
mercaderes de seda, sirviéndoles como refugio y protección para sus
actividades. Me quedé con la inquietud de averiguar un poco más sobre un
fenómeno del que ni siquiera había oído nada antes.
El
tiempo nos alcanzó para recorrer el itinerario previsto. Si bien la
construcción tiene un poco la impronta romana, en general se ve el sello
francés. Aquí se repiten los cafés, los parques y plazas, flores y fuentes.
Para destacar: la iglesia de Fourviere, emplazada en una colina desde donde se
aprecia toda la ciudad y hasta donde puede llegarse caminando o con funicular.
En
las calles a la gente la veo, comparativamente con París, menos elegante, o tal
vez sin ese estilo tan marcado de los capitalinos. No obstante Lyon tiene vida
propia y en mi opinión resultó ser una excelente alternativa incorporarla a
nuestro viaje.